El transporte público es
consecuencia de una mutación urbana relativamente reciente: la emergencia del
industrialismo. Al romperse la lógica espacial y dividirse el ámbito de la vida
doméstica/ familiar del ámbito de la producción y al ampliarse la concentración
de personas en un lugar físico (la fábrica) se ha hecho necesario “mover” de
modo recurrente y sistemático a una amplia gama de personas (y también de
insumos).
Antes del industrialismo, el
taller familiar o la vida agraria incluso los servicios de mercadeo, ocurrían en
unas referencias espaciales que conjugaban al mismo tiempo la vida cotidiana
con las actividades económicas.
Sin embargo, rápidamente se
advirtió que una de las consecuencias inevitables de los intensos tránsitos promovidos
diariamente, fue el incremento de la siniestralidad asociado al riesgo asumido
de un modo recurrente. Sobre todo porque al “romperse la unidad espacial
producción/vida cotidiana” la ciudad se amplió de un modo tal que impulsó la
mecanización de los traslados y la introducción en el espacio público de
máquinas complejas para llevarlo adelante (tranvías, trenes, autos, etc).
Desde el temprano industrialismo
se advirtió que la seguridad en la movilización de miles de personas no es una
resultante natural, sino al contrario es un estándar a alcanzar, derivado de
una multiplicidad de factores (normas adecuadas, entrenamiento de los usuarios
de las máquinas, infraestructuras adecuadas, uso racional de alternativas,
etc).
Un poco más de doscientos años de
la ciudad industrial, algo más de ciento cincuenta años desde la mecanización
de los transportes, más de cien años del automóvil, son un tiempo suficiente
para algunas conclusiones elementales y no por ello carentes de relevancia.
La complejidad de factores
asociadas a la “seguridad” como resultado de un sistema complejo y articulado
de transportes en un area metropolitana,
puede simplificarse en uno: INVERSION. Pero la inversión debe leerse no tanto como las aportaciones de capital
para que los equipos estén en estado de prestar el servicio que de ellos se
requiere o la infraestructura este en capacidad de soportar la intensidad de
uso que los ciudadanos necesitan; sino también como el conjunto de aportes
necesarios para que el uso de equipos e infraestructura se articule de un modo
funcional. Así la inversión en seguridad vial, en estudios de movilidad, en
capacitación de usuarios, en mecanismos de contralor, en eficaces sistemas de
multas y juzgamiento, etc es parte de la INVERSION necesaria para que el “sistema
de transporte” cumpla con sus finalidades (garantizar el derecho de las
personas a movilizarse sin poner en riesgo su integridad física).
En el caso del área metropolitana
de Buenos Aires, es evidente que el crecimiento de la inversión en automóviles
privados llevada adelante por las familias y empresas (no en los últimos 10
sino en los últimos 40 años) es decididamente superior a la que se ha hecho en
conformación de un espacio de convivencialidad normativa, en infraestructura o
en alternativas públicas eficientes (que desalienten el sobre uso del espacio
que implica el uso irracional del auto).
En ese sentido resulta natural que los
estándares de seguridad de un sistema tienden a decaer si la complejidad del
sistema crece, su gobierno se hace cada vez más dificultoso y la inversión en
soluciones sistémicas se mantiene constante, decrece o crece por debajo de las
respuestas privadas (por tanto asistemáticas).
Cualquiera que haya estudiado teoría
de los sistemas sabe que la “racionalidad individual” no siempre resuelve un
problema sistémico, no porque esa racionalidad sea negativa sino porque la
condición sistémica es la que condiciona dicha lógica (se pone generalmente de
ejemplo el caso de la salidad desorganizada de un cine a oscuras frente a un
alerta de incendio y los peligros derivados de
actuar de conformidad a pautas individuales no coordinadas). En esa
línea, la absoluta descoordinación (evidente) de ciudadanos refugiándose en su
auto (por los motivos que fuere) como respuesta a un colapso en la espacialidad
urbana (en definitiva los cuellos de botella de tránsito son un problema de
demanda de espacio) …. Es parecida a la respuesta de la salida del cine del
ejemplo.
No hace falta agregar demasiado
para imaginar las condiciones de seguridad de un sistema así gestionado.
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